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La verdad sobre la armada invencible

miércoles, 29 de octubre de 2008


En 1586, España es la superpotencia del momento. Felipe II era soberano de Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Portugal, Orán, Túnez y las posesiones españolas y portuguesas de África y Asia, toda la América descubierta y Filipinas; además, por alianza familiar, los Austrias, la dinastía de Felipe y su antecesor en el trono, su padre, el emperador Carlos, gobernaban también en el Sacro Imperio Romano Germánico. El imperio donde jamás se ponía el sol.
Sin embargo, un pequeño reino del norte de Europa, que ya en su momento incomodó en alguna ocasión a Carlos I de España y V de Alemania, Inglaterra, gobernada por Isabel II, hija del excomulgado Enrique VIII y usurpadora del trono, volvía a molestar a la todopoderosa España. Tanto en España como en Inglaterra muchos pensaban que el trono debía haber pasado a María Estuardo y no a ella, un reino que había llegado al más alto grado de insolencia hacia el imperio hispánico y que no tenía ejército regular ni numeroso, se permitía la licencia de atacar las expediciones comerciales españolas que venían de América, encarcelar a la católica María Estuardo en la torre de Londres y abrazar el protestantismo en claro desafío al poder de la Iglesia cristiana católica y del Papa.
Contra Inglaterra, Felipe envió la más poderosa flota nunca vista hasta el momento.

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